Recuerdo un viaje a Santorini, unas villas con vistas al mar
que representaban a la perfección el estereotipo que tenemos de islas griegas.
Sin embargo, había algo que las diferenciaba: los gatos, unos gatos negros pequeños;
eran salvajes, muy salvajes, adaptados a épocas de sequía y escasez de
turistas. Si los alimentabas, los tenías de gatos de compañía perpetuos y
algunos incluso se dejaban manosear.
Ahí estaban por la mañana, cuando estabas leyendo, haciendo la comida o durmiendo. Eran incluso más fieles que mi actual gata, que dicho sea de paso, es muy independiente y solo tiene ojos para mi pareja. A mí me mira con miedo: unas veces, la mayoría, sale corriendo, pero otras se deja acariciar, de a poquitos, como solo los gatos saben hacer.
Mi gata fue un regalo de la veterinaria que pensó que mi
pareja la podía reciclar: había estado en un hogar donde había un perro y veías
a la gata saltando o mordiéndote los pies; tenía un claro problema de intención.
Pensaba que era un perro y que tenía que agradarte para que le dieras de comer.
Ahora, años más tarde, observo a mi gata cuando camina y es
claro ver que su intención es cazar, no
se come a sus presas, pero las caza y en ocasiones las mata, pero nunca como
parte de su intención, más bien como una consecuencia no deseada de su ritual.
También hay personas que tienen, como tuvo mi gata en su
momento, problemas de intención. Quizá en su infancia les hicieron creer que
para conseguir la seguridad de mamá tenían que ganársela, como hacen los
perros, y tenían que saltar o hacer monerías para conseguir su plato de comida.
Luego, con el tiempo, hay personas que acaban conectando con
su intención y hay otras que no, que se quedan pegadas esperando un gesto de
mamá o papá para saltar. En ocasiones, mamá o papá se transfieren al jefe, a la
pareja o incluso al cura del barrio, al equipo de fútbol o al partido político
de turno.
Conectar con nuestra intención es una primera etapa a la que
le siguen otras, pero si no tenemos claro para qué estamos aquí, nuestra
existencia será la de un autómata sin alma, la de un gato que se cree un perro,
la de un lector de comics que proyecta su anhelo en sus héroes favoritos y
esto es un vivir sin vivir, es un estar dormido y anclado en unas ideas
prestadas que no nos pertenecen.
La intención es la
primera puerta, el cruce del umbral. Si tu intención no está alineada con el
sistema, con la vida, no tienes nada que hacer pero si está alineada con algo
vivo, entonces tienes a qué o a quién seguir.
El eneagrama es un mapa de la personalidad que consta de
nueve caracteres distintos y cada uno de ellos nos muestra una fantasía, una
ilusión que vivimos, como mi gata que se creía perro. Conectar con nuestra
particular locura es la puerta para descubrir nuestra intención más profunda.
Hay gatos que son de los que salen corriendo, otros se
esconden, otros son quejosos, otros más
son “chulitos”, otros chingones “de a de
veras”, otros van de flor en flor, otros
se ven perfectos, otros más no se ven y otros se comparan. Observando los gatos podemos aprender mucho de
caracterología, y de rebote, de nuestra propia personalidad y de la gente que
nos rodea.
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