De mi estancia en México solo conservo buenos recuerdos. Desde este blog quiero agradecerlo con un texto que me resulta muy cercano y actual:
“¡Dios! ¡Todavía soy yo!”, pudo decir apretadamente.
“¡Dios! ¡Todavía soy yo!”, pudo decir apretadamente.
¡Todavía sufro!¡Todavía veo el lucero!
¡No me has abandonado!
¡Todavía soy dolor y luz!
“Quetzalcóatl”, le dijeron, “venimos a que nos hables. Queremos tus respuestas. Ha sucedido que el pueblo ya no quiere que se sacrifiquen los cautivos. Los sacerdotes están disgustados y amenazan con dejar la comunidad. Nosotros mismos vacilamos y no sabemos qué debe hacerse”.
“Muy sencillo”, dijo Quetzalcóatl. “El que acepte el servicio de Dios, que disponga de su propio dolor y no cause el dolor ajeno. El que considere necesario derramar sangre, que dé la propia y no disponga de la ajena. No hay más sacrificio que el del propio bien o el del propio mal. Disponer del dolor ajeno es robar la intimidad del hombre”.
“Nos obligas a pensar, a discernir las cosas. Derrumbas el mundo construido por nuestros mayores, que siempre hemos aceptado sin discutir. Hemos creído en la riqueza de la sangre como alimento de los dioses, preferentemente, la del cautivo en la guerra, preferentemente la del héroe. Nada es mucho para regalo de los dioses”.
“No es sangre lo que pide Dios. Es el mérito el que aprecia. La sangre pertenece a las generaciones y solo a ellas es necesaria. Corre a torrentes entre los hombres; pasa de padres a hijos. Se tira en la tierra y en ella se pudre como el cabello de los muertos. Dios no es vampiro. Alimenta su júbilo con el mérito de los hombres. Es el mérito el que teje la luz superior de las esferas”.
“¿Y qué es el mérito de que nos hablas?”
“Dar lo propio, dar lo íntimo, sin pedir nada a cambio”.
“¿Y qué será lo íntimo que habremos de dar?”
“Solo tres cosas pertenecen a la profundidad del hombre,
y de ellas sólo dos son totalmente gratas a Dios:
El amor y el dolor.
Por uno, todo se une: por el otro, se disgrega,
Y ése es el ritmo que hace caminar el universo.
Con uno, se compra, con otro, se paga,
Y sólo así el mundo mantiene su nivel,
Que es la Justicia de Dios.
Así lo sé y así lo digo.
La tercera cosa es el saber,
pero éste alimenta la soberbia”.
El Anahuac
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