Cuando
atiende el teléfono desde su casa en Barcelona, Claudio Naranjo advierte de
entrada:
—Salí
del Hospital hace un par de días, estoy con una salud muy precaria.
Para él
son las 16:00 y, además del sonido que hacen sus manos golpeando
involuntariamente el auricular, se escuchan algunos pájaros que cantan fuera de
su ventana. Pese a los achaques de la edad –Naranjo tiene 86 años- el
reconocido siquiatra se toma sus problemas con humor.
—Si me
asfixio y no llego a tiempo a un servicio de urgencia, pierdo la vida. No me
siento mal, pero es una sensación de riesgo continuo—asegura, antes de soltar
una contundente risa.
Nacido en Valparaíso en el año 1932, Claudio Naranjo Cohen vivió su primera etapa escolar en un internado de Viña del Mar, distante a pocas cuadras de su casa. Luego, tras recibirse como médico con mención en siquiatría, cursó magísteres y doctorados en Harvard, Illinois y Berkeley, gracias a las becas Fullbright y Guggenheim. Durante los años ‘60, además, se convirtió en una especie de rockstarpsicodélico debido a sus tempranos trabajos experimentando con drogas alucinógenas del Amazonas.
Hasta
antes de sus actuales problemas de salud, Naranjo repletaba auditorios con sus
charlas por todo el mundo. En la última versión del Congreso Futuro –a la que
ha sido invitado dos veces- afirmó: “La educación es una estafa (…) Dicen
que hay que tener educación inclusiva, entonces, dar la educación que tenemos
es darle mierda a todos”.
En sus
recientes memorias, Ascenso y descenso de la montaña sagrada (Sello
Vergara, 2019), Naranjo dedica gran espacio a la reflexión sobre
cómo su primera infancia orientó su vida hacia una búsqueda de la sanación.
“Etimológicamente, Claudio es aquel que claudica o cojea, y es como si ello
fuese adecuado en relación a cierta incomodidad o torpeza crónica, como si
anduviese cojeando por la vida”, escribió.
Al
teléfono desde su casa en Barcelona, Naranjo lo explica mejor:
—Me
identifico mucho con lo que se dice de los chamanes: personas enfermas que
viven un proceso de sanación que después le sirve al mundo. Porque aprendiendo
a sanarse a sí mismos, adquieren la capacidad de sanar a otros—.
En el comienzo de tu libro hay muchas interpretaciones
sobre el rol que jugó tu madre en tu crianza y cómo esta te formó hacia el
futuro. ¿Qué tan importante crees que es para un individuo o un
colectivo escudriñar en el rol de la madre?
– Yo
creo que no sólo la madre, sino también el padre son muy importantes. Los
llevamos dentro de nosotros más de lo que nos damos cuenta. Como habrás visto,
no tuve una relación muy buena con mi madre. Yo le tuve mucha rabia de joven.
Pero mi madre, que me frustró mucho en materia de maternidad, en cariño,
cuidado personal, igual me aportó una gran herencia: a través de sus amigos, de
sus intereses, de su cultura.
Ahí hay una pugna que explicitas: una madre que aporta
conocimientos y cultura, pero que te descuidó en otros, como el cariño más
primario.
– El
ideal, obviamente, es que estén las dos cosas. Lo que puedo decir es que lo que
faltó en la relación con mi madre, lo que me hizo sentir un niño abandonado,
una persona retraída y de poco contacto, todas esas cosas negativas, también
terminaron siendo positivas. Fui uno que comenzó la vida muy maltrecha, y que
necesitó hacer grandes esfuerzos para volverme una persona completa, una
persona sana.
¿Crees que Chile tiene elementos de una cultura
matrística, quizás gracias a los pueblos originarios?
– Creo
que no los sabemos, porque no conocemos la prehistoria de los mapuche. Lo que
sí llama la atención es que los chamanes mapuches – una tribu muy guerrera y
masculina- hayan sido predominantemente mujeres, en la antigüedad. Pienso que
en Chile, como en casi todos los países sudamericanos, tenemos una cultura
bastante patriarcal, con bastante desprecio a la mujer. No es una cultura muy
rica en factores matrísticos, pero es válido pensar que debemos hacer algo para
trascender esta estructura patriarcal. El problema es que si queremos saber
cómo hacerlo, no basta con las buenas intenciones.
¿”Buenas intenciones”?
– Lo
que digo, es que no me parece que ese ideal baste. Para mí, salir de lo
patriarcal implica cosas tales como salir de ese espíritu represivo, el
espíritu que no sólo descuida el cuidado materno, sino que un espíritu que
descuida el espíritu infantil. Lo patriarcal es como un aplastamiento del niño
interior, el que llevamos todos nosotros, y sin el cual no hay vida, creatividad.
Es como el espíritu inocente del juego, de libertad. Va también con lo que
Freud llamaba el “principio del placer”. En el mundo patriarcal está muy
criminalizado el placer. ¡Y eso se lo considera como una buena cosa! Hoy el
mundo se está volviendo fascista, y eso tiene mucho que ver con el
aplastamiento del “principio del placer”.
Generalmente,
los regímenes dictatoriales se imponen con más éxito, y se aprovechan de
nuestras tendencias represivas. El mundo convencional y los valores
convencionales no contemplan la libertad, o la espontaneidad infantil. Por eso
se vuelve en contra del arte.
FEMINISMOS Y EL FIN DEL MUNDO
Hace un
par de años, mientras salía de dar una charla en la sede del Congreso en
Valparaíso, Naranjo se topó con un grafiti: “Abajo con el patriarcado”
—Me
pareció una extraordinaria coincidencia—, dice hoy.
Su
charla, en parte, hablaba de cómo ciertos movimientos feministas han dado en el
clavo al poner en crisis lo que él denomina como “el espíritu patriarcal”. Para
Naranjo, ahí reside el verdadero problema. “Lo demás, como el militarismo o la
economía capitalista, son los síntomas de ese espíritu”, dice.
Hablabas que, para ti, no basta la consigna de “salir
del patriarcado”. Justamente en Chile se está discutiendo diversas formas de
poner en crisis el patriarcado. ¿Has seguido la discusión pública que se ha
dado aquí?
– No,
pero me es muy familiar. Para mí, hay un tipo de feminismo que es de mujeres
fálicas, uno que reclama para la mujer los valores y prerrogativas masculinas.
La mujer empresaria, por ejemplo, que se propone desde el mundo corporativo.
Feminismo no es lo mismo que espíritu materno, y hay muchos tipos de feminismo.
Pero todos sabemos que hay un feminismo que podríamos llamar
“patriarcal”.
¿Qué sería el “feminismo fálico”?
– Diría
que hay un feminismo fálico, y mujeres fálicas. Mujeres que quieren el poder,
el dinero, el reconocimiento como los hombres, pero que en cierto modo
traicionan el espíritu femenino, no sirven como promotoras de la dignidad del
espíritu femenino, de cuidado.
En ese contexto, ¿cuál dirías tú que es el tipo de
feminismo más revolucionario para el mundo contemporáneo: occidental,
capitalista?
– Si
queremos dejar a atrás el espíritu patriarcal, tendríamos que comprender que el
capitalismo industrial es parte de él. Sería una propuesta muy grande el poder
trascender el espíritu patriarcal, porque implicaría salir de la economía como
la concebimos. Tenemos un fetiche del dinero, que parece ser lo más importante
del mundo. El cambio tendría que ser muy grande.
¿Cómo es eso?
– El
patriarcado es un espíritu explotador, y la explotación existe desde mucho
antes que el capitalismo. Pero el capitalismo se insertó como forma de
explotación hace mucho tiempo. Hay quienes piensan que podría tenerse un
capitalismo benigno, que podríamos darle una vuelta, pero eso estaría por
verse.
¿Piensas
que es necesario superar el capitalismo para sobrevivir como especie?
– Hay
cosas del capitalismo que podrían sobrevivir, los negocios, el intercambio de
bienes, pero esa cosa esencial del capitalismo, que es poner todo al servicio
de la maximización de las ganancias, no es fiel a los designios de la vida. El
capitalismo no sólo no toma en cuenta al medio ambiente, sino que la economía
actual, como la aprenden y enseñan los economistas, no toma en cuenta al ser
humano. No es una economía para humanos, porque ese mismo ser humano termina
empobrecido, explotado y perdedor frente a una máquina maximizadora de dinero.
Es como si nos hubiera comido un robot.
El filósofo, Slavoj Zizek dice que las películas sobre
catástrofes naturales enseñan que, para el mundo, es más probable que ocurra el
fin del mundo antes que el fin del capitalismo.
– Hay
gente que está hablando de una sexta extinción. Aunque yo, personalmente,
pienso que estamos en una situación en que el sistema tiene la posibilidad de
mutar. Podríamos cambiar antes de desaparecer, sanar antes de morirnos. Aunque
no se ve que estemos encaminados a eso, yo tengo una visión tibiamente
optimista, pero es un optimismo que suelo proponer con la afirmación de que
nuestra mejor esperanza es el naufragio.
¿A qué te refieres con el naufragio?
-A que
estamos navegando en la nave patriarcal, manteniéndonos a flote. Avanzando en
una embarcación que está haciendo agua. El patriarcado está, de cierto modo,
condenado. Y la crisis puede que no sea completamente visible cuando se hunde
un navío, pero las personas más perspicaces ya ven los indicios de que no da
para mucho más. Es como en las películas de Tom y Jerry, a veces uno se cae al
abismo, y no se da cuenta.
Me
parece que nuestra esperanza es que muera lo que ahora llamamos civilización,
que desaparezca nuestro actual navío, para que pueda aparecer una forma nueva
de vivir. Por eso no me parece incompatible una cierta destrucción, que no
es necesariamente una destrucción de los humanos, sino una del sistema, de las
formas de vida, de los apoyos a los que recurrimos.
Hay quienes sostienen que ese “romper”, muy
probablemente, no se desarrollará de una forma pacífica.
– Aún
en un parto normal, puede que haya un poquito de sangre. Pero eso dependerá de
cómo va la cosa. Si tenemos claro lo que es lo patriarcal, y sabemos hacia
dónde queremos ir, podremos tener un parto menos sangriento, a escala
colectiva.
Tras
unos segundos de silencio, Naranjo acota:
— En
parte, la violencia es el resultado de la ignorancia, de la incomprensión.
Mientras menos se entiende lo que uno quiere, más violento es el
resultado.
LAS POSTRIMERÍAS Y EL LEGADO
¿Has seguido la carrera de alguna lideresa o líder en
Chile en los últimos años? ¿Personas particularmente interesantes?
– No,
ni he sabido de los líderes políticos, intelectuales o espirituales chilenos.
Yo me muevo más en otras partes del mundo, y no me da la energía para estar
informado de todo.
Europa vive un período de mucha confusión.
– Lo
más notable en nuestro tiempo, no es tanto el progresismo o el despertar de
nuevos líderes políticos. Lo que más me llama la atención, es cómo se va
instaurando una nueva ceguera colectiva. La ultraderecha. Brasil, Italia,
Estados Unidos o en Rusia, todo esto huele a fascismo. ¿Y qué quiere decir el
fascismo? Para mí, es como una dictadura de la mediocridad. Una religión de la
ignorancia. Un clima de no ver, no favorecer el pensamiento, un cierto
desprecio por lo intelectual; lo que se llama el populismo.
Parece un panorama un poco oscuro. ¿Te había tocado
vivir un período similar?
– Lo
nuevo es que estas cosas no se dan sólo en un nivel local. Si uno pensara en
Bolsonaro, se ve que es un movimiento apoyado por Estados Unidos. Es como si
todas estas callampas que crecen en lugares aparentemente diferentes vinieran
de un mismo fondo común. Me parece que hay un fascismo global, un espíritu de
ultraderecha que se opone al cambio y que no depende de tal o cual país, sino
que del mundo transnacional del dinero.
Y qué te parece ver este fenómeno global, a esta
altura de tu vida.
– Me
siento como uno que remó hasta que le alcanzaron las fuerzas, pero no puedo
esperar que el mundo cambie mientras yo viva. Como una hormiguita que sirvió
mientras podía. Voy a dejar un legado, una escuela, personas capaces de guiar a
otros en un proceso de transformación, y mi aporte es ese. Pero no puedo saber
si ese legado va a significar algo en la situación crítica del mundo o
no. Hay quienes creen que lo que he hecho hasta ahora no se perderá. Pero
el futuro no se puede predecir, se va construyendo.
Claudio, lo último: ¿cuáles son las cosas que más
disfrutas día a día?
– No
hacer nada es una de las que me gusta más. El cine me gusta mucho. Si yo fuera
joven, tal vez trataría de expresarme un poco por el cine, me parece un medio
formidable.
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