El yo mental, el yo emocional y el yo instintivo
Un sencillo método para comenzar a conocer los sesgos que le imprimimos a lo que vivimos consiste en utilizar el esquema de los tres cerebros para conocer cuál es el aspecto dominante Habitualmente, una persona, ya sea por sus genes, o la educación temprana que ha recibido, suele tener un subcerebro dominante y otro menos desarrollado.
Es importante que el Coach sepa con qué parte en esta expedición, ya que si un Coach tiene tendencia a ser emocional, es posible que tenga dificultades con clientes cuyo subcerebro dominante sea el mental, y en muchos casos habrá poca química entre ambos. Esta es una de las razones por la que hemos insistido más arriba que el Coach ha de desarrollar personajes que aunque no se ajusten como un guante a sus procesos automáticos y recursos tradicionales, pueden ser adecuados para acompañar al cliente según el mapa que el propio cliente entiende y le es familiar.
Persona centrada en el yo mental
Son personas que ven la realidad desde sus esquemas mentales, desde sus juicios, interpretaciones y valores. Intentan que la realidad que perciben “ahí fuera” encaje en su mapa de la realidad. Se suelen hacer construcciones de la realidad de forma fantasiosa, en ocasiones son un poco paranoicos y pueden tender a ver la parte negativa de las cosas. Piensan con palabras y usan la lógica para resolver los problemas.
Persona centrada en el yo emocional
Ven el mundo lleno de colores, rojo, negro, blanco amarillo, según la emoción que ponen en lo que ven. Tienen una especial habilidad para detectar el ambiente emocional que les rodea y son muy empáticos. Se preocupan de las relaciones, el ambiente de trabajo la armonía entre las personas. En ocasiones tienden a derrochar emociones a su alrededor y pueden llegar a ver los problemas de una manera personal.
Persona centrada en el yo instintivo
Ven el mundo desde su mundo instintivo. En ocasiones “sienten” un problema antes de que se manifieste, tienen una especial habilidad para detectar síntomas que otros no son capaces de ver. Se enfocan en la acción y creen que las emociones o la reflexión son un obstáculo para la acción. Pueden adolecer de una falta de reflexión o de empatía hacia los demás.
Las personas solemos tener desde la infancia un subcerebro dominante, un segundo subcerebro que está al servicio del dominante y un tercer subcerebro que suele estar poco desarrollado. A medida que vamos evolucionando, vamos integrando estos tres subcerebros, aunque siempre nos acompañará la visión que tenemos de la realidad desde el cerebro dominante, con una cierta carencia de perspectiva de la realidad desde el subcebrebro menos desarrollado.
1. Mucha cabeza, poca emoción. Son personas que tienden a ser intelectuales, son buenos estrategas aunque a veces se enfocan demasiado en los problemas y eso puede hacer que se queden paralizados.
2. Mucha cabeza, poco instinto. Tienden a ser intelectuales y les gusta relacionarse con la gente. Suelen estar un poco desconectados de sus instintos.
3. Mucho instinto, poca emoción. Les gusta la acción y las reformas, aunque pueden llegar a ser un poco bruscos en su trato con los demás.
4. Mucho instinto, poca cabeza. Gente de acción, se relacionan bien aunque a veces son poco reflexivos.
5. Mucha emoción, poco instinto. Emotivos racionales, tienden a ser creativos.
6. Mucha emoción, poca cabeza. Gente de acción, suelen sentirse a gusto en ambientes competitivos. Son efectivos y relacionales aunque a veces pecan de falta de estrategia.
Este sencillo esquema es muy útil en las sesiones de Coaching. Por un lado nos sitúa a nosotros y por otro sitúa a nuestro cliente. Un cliente habitual me pidió iniciar un proceso de Coaching con su Director de Fabricación que al parecer necesitaba Coaching para desarrollar más su parte reflexiva, estratégica, que le estaba impidiendo subir puestos dentro de la empresa (mucho cuerpo, poca cabeza). Era especialmente instintivo, cuando llegaba a la Planta, sabía inmediatamente lo que funcionaba y lo que no. Conocía el problema incluso antes de que se manifestara. Era un líder carismático con su gente pero era incapaz de reflexionar, planificar o tomar cualquier decisión que incluyera información o datos. Además, yo debía manejar cosas que me son ajenas, ya que mis cerebros dominantes son otros distintos de los suyos.
Tendemos a sentirnos mejor con aquellas personas con las que congeniamos, con las que tenemos química, y a rechazar aquellas que percibimos distantes. Habitualmente, nos sentimos más a gusto con personas con los mismos cerebros dominantes que nosotros. En este sentido, el conocerse a sí mismo es fundamental para que el Coach pueda respetar a su cliente y aprender de sus procesos. Además, el respeto al individuo, a nuestro cliente emerge cuando el propio coach está entregado al proceso, está entregado al campo de intervención que surge entre él y el cliente. Demasiado a menudo, Coaches inexpertos creen que ellos saben qué hacer con su cliente, decirles dónde van y cómo tiene que hacer las cosas. Estas ideas solo provienen de un ego inflado y narcisista, quien mejor sabe de sí mismo es el propio cliente, no el coach. Lo paradójico en este caso es que a medida que el coach va integrando su sombra, va disponiendo de más recursos olvidados y al mismo tiempo, va confiando más en sí mismo, en su cliente y en el proceso.
Integrando la sombra
Hace años, tuve la oportunidad de conocer a un Director de Compras de una gran empresa que se vanagloriaba de ser “muy malo” en sus negociaciones con los proveedores. Al mismo tiempo, decía que era muy cariñoso y tierno con sus hijos pequeños y su pareja. Este tipo de comportamiento suele ser habitual en el mundo de las organizaciones, así esta persona asumía una identidad en su trabajo y otra identidad distinta con su familia. El problema para esta persona, era integrar esos dos personajes en su vida, y controlar ambas identidades desde un nivel superior, desde el Ser. Ser capaz de asumir unos valores en un momento determinado y también lo opuesto es parte del proceso que se ha dado en llamar la integración con la sombra, asumir nuestros “doctor Jekill y míster Hyde” y tener conciencia de ello.
“Cada uno de nosotros proyecta una sombra tanto más oscura y compacta cuanto menos encarnada se halle en nuestra vida consciente. Esta sombra constituye, a todos los efectos, un impedimento inconsciente que malogra nuestras mejores intenciones”. Carl Jung
La sombra representa nuestra personalidad no asumida, aquello que no conocemos de nosotros mismos y que generalmente rechazamos, aspectos de nuestro carácter que no nos parece atractivo, ya sea por rechazo familiar, por dar una imagen de niño o niña buena, o sencillamente, porque no hemos tenido oportunidad de verlo. Integrar estos aspectos de nuestra personalidad que proyectamos o rechazamos es una primera etapa del proceso de desarrollo al que le siguen otros. Además de integrar recursos o personajes olvidados, es claro que un Coach ha de tener integrada su sombra para evitar proyectar al cliente aspectos suyos que sólo a él pertenecen.
Si no podemos como coach asumir e integrar nuestra sombra, no seremos capaces de discriminar las sensaciones, emociones y pensamientos que tenemos en una sesión de Coaching, lo que me está tocando de lo que dice el cliente ¿es mío o es suyo?, lo que me resuena del cliente ha de sentirse de forma limpia, y el coach ha de discriminar lo que es suyo de lo que no lo es en una relación de Coaching. Demasiado a menudo, el coach inexperto se deja guiar por sus propios miedos e inseguridades llevando al cliente a unos pozos y a unos laberintos que en muchos casos no le pertenecen.
A veces me ocurre en alguna sesión de coaching especialmente intensa, que me descubro alineándome con el cliente en contra de un jefe despiadado, o dándole la razón cuando me cuenta sus razones para manipular a un compañero…, la lista es interminable. En todos estos casos, el coach ha de conocerse a sí mismo lo suficiente como para no dejarse entrampar por las emociones del cliente, mantener una actitud correcta en todo momento y entregarse al campo creado de forma limpia. Esto no siempre es fácil, pero supone en muchos casos la diferencia entre una sesión exitosa y un desastre.
Como nos recuerda Claudio Naranjo, conocerse a sí mismo “no es estudiar psicología y es cosa de vivenciar más que de pensar”, es la base en la que todo individuo que trabaja en una relación de ayuda a otros, ha de comprometerse, supone progresar en el conocimiento de nuestras emociones, nuestros comportamientos automáticos y puede alcanzar un nivel “transpersonal” que trasciende las esferas del pensar del sentir y del querer.
El muy repetido lema ocular de “conócete a tí mismo” comprende dos significados. Uno, psicológico, se refiere al conocimiento de nuestras propias vivencias, a la comprensión de nuestra personalidad, de nuestras motivaciones inconscientes, nuestras relaciones con los demás y de nuestras vidas; y también un sentido que pudiéramos llamar espiritual, transpersonal, filosófico o místico que se encamina a la comprensión de nuestra naturaleza más profunda: ese fondo de la conciencia al que solemos llamar “yo” y que constituye una especia de identidad profunda más allá de nuestra identidad psicológica a la vez que más allá de una definición conceptual (Naranjo).
Una vez que el coach se siente cómodo con su propia sombra, la conoce, la tiene integrada y puede mirarse con benevolencia, puede acceder al mundo subjetivo, donde todo es relativo, nada es como pensábamos que era, miramos el mundo desde otro sitio y ya no estamos tan condicionados por nuestros juicios emociones y sentimientos.
Antonio Diaz Deus
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